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Juicio a los genocidas en Bahía Blanca: presencia de la UnTER

Marcelo Mango, Secretario General, Diego Moschen, Sec. de Educación Especial y Cacho Cacopardo, vocal, del Consejo Directivo de la UnTER,  se hicieron presentes en la ciudad de Bahía Blanca el 1 de setiembre, en una de las jornadas del juicio a los represores de la Escuelita de Bahía y otros lugares aledaños, que actuaron en toda el área de influencia del terrorismo de Estado en la Patagonia Norte, donde se investigan y juzgan crímenes de lesa humanidad cometidos contra ciudadanas/os de Neuquén, del Alto Valle y de la zona atlántica de Río Negro, además de personas que vivieron en el sur de la provincia de Bs.As.

Como un aprendizaje duro pero necesario y fundamental, calificaron nuestros compañeros, a los desgarradores y valientes testimonios de quienes tuvieron que guardar en su conciencia y en su memoria lo que tenían para decir durante más de treinta años de impunidad. En muchos casos siendo la única referencia de lo que pudo haber pasado con personas que ni siquiera pueden expresarse a través de sus restos, porque fueron desaparecidos y no se permitió jamás que se conociera su destino. La impunidad que les otorga el derecho de callar a estos asesinos, cuando no dicen nada sobré qué hicieron con nuestras/os compañeras/os desaparecidas/os. 

A continuación colocamos algunas crónicas de este juicio que nos parecen reveladoras, como lo han sido las de todos los juicios que hubo en el país, de lo que significa la llegada de la justicia y el fin de la impunidad en la Argentina. 

Continúan los testimonios de testigos en el juicio a 18 imputados por delitos de lesa humanidad. Las declaraciones van dejando al desnudo el accionar sistemático del Terrorismo de Estado en Bahía Blanca.

Un total de nueve testigos pasaron por el estrado judicial instalado en las dependencias de la Universidad Nacional del Sur, av. Colón 80, en el marco del juicio contra 18 represores acusados de crímenes de lesa humanidad.
El miércoles 24 de agosto de 2011 se desarrolló la audiencia número 11 con la presencia de catorce imputados debido a que Hugo Delmé, Osvaldo Páez y Walter Tejada no fueron trasladados al lugar por cuestiones de salud. A la de los mencionados, se suma la ausencia de Miguel García Moreno, quien se encuentra prófugo.
En la jornada se continuó con la toma de declaración a testigos, siendo el primero en hacerlo, por el caso de Víctor Benamo, el doctor Mario Carlos Aggio, quien fue funcionario de la UNS y sufrió la detención por parte de la Policía Federal el 23 de julio de 1976.
Según relató Aggio, ese día, a la hora del almuerzo, se encontraba en su casa con su mujer y sus hijos cuando una delegación de la Policía Federal allanó su casa, revisando minuciosamente su biblioteca y llevándose alrededor de 12 libros y toda su documentación de la UNS. Entre el grupo de policías, Aggio recordó un oficial joven y un suboficial de apellido Martínez.
Finalizado el procedimiento con la presencia de un testigo, Aggio fue trasladado en un auto Falcón a la dependencia de la Policía Federal donde tuvo que soportar gritos, golpes y acusaciones de subversivo para luego ser abandonado durante horas, esposado a una escalera caracol. Aggio, quien luego fue derivado a un calabozo individual, nombró al subcomisario Félix Alais quien fue el que le realizó el primer interrogatorio diciéndole: “Tengo el deber leal de decirte que te podés negar a declarar, pero si te negás a declarar, te mato”.
Esa declaración fue firmada por Aggio aunque éste no se encontraba en condiciones de saber qué es lo que estaba firmando.
El segundo interrogatorio estuvo a cargo del juez, ya fallecido, Guillermo Madueño. En esa ocasión Aggio sufrió un desmayo y no recuerda qué fue lo que dijo.
Entres tres y seis días permaneció Aggio en esa dependencia hasta que lo trasladan al penal de Villa Floresta, acusado de violar la “ley antisubversión”.
El primer día, debido a una requisa del Ejército, Aggio pasó varias horas en un calabozo de castigo “que no se lo recomiendo a nadie”.
Nuevamente, fue el juez Madueño quien lo interrogó en una sala de la Unidad 4 y quien intentó estrecharle la mano, a lo que Aggio se negó rotundamente además de hacerle saber que todos sus derechos estaban siendo violados. Junto al juez se encontraba el secretario que, cree Aggio, era el doctor Hugo Sierra.
Luego de unos meses, y a causa de haber bajado mucho de peso, Aggio permaneció en la enfermería del penal hasta su liberación
Anterior a ello, Aggió fue ubicado en un pabellón al que llamaban de “los presos trabajadores”. Allí, dijo, permanecían los considerados presos políticos. Aggio mencionó al doctor Solari Irigoyen y al doctor Amaya entre los privados de su libertad. También declaró que en una oportunidad vio al doctor Víctor Benamo quien se encontraba muy maltrecho.
Consultado por la querella sobre las autoridades de la cárcel, Aggio mencionó los apellidos de Selaya, Miraglia, y que otro funcionario era Velaustegui.
Aggio destacó que su detención fue publicitada tanto por el diario La Nueva Provincia como por la revista Gente. Luego de ser liberado, Aggio se fue a trabajar a los Estados Unidos, aunque las secuelas del horror vivido quedaron para siempre. En su declaración, Aggio hizo mención a una circunstancia vivida cuando fue trasladado a la delegación de la Policía Federal y un comisario le dijo: “Yo sé que vos no sos comunista, vos sos un liberal hijo de puta, y por eso te voy a matar”.

Terror a bordo
En la mañana del 24 de marzo de 1976, en una calle de Punta Alta, personal de la Armada Argentina realizó un operativo cerrojo producto del cual secuestraron al militante peronista Néstor Alberto Giorno. Atado por la espalda y encapuchado, lo llevaron al Puesto 1 de la Base Naval donde permaneció varias horas hasta que juntaron un grupo importante de secuestrados y todos ellos fueron enviados al centro clandestino que funcionó en el Buque 9 de Julio donde los encerraron en camarotes individuales.
Giorno fue el segundo testigo que declaró el día martes. Actualmente jubilado de la administración pública, quien fuera intendente de Coronel Rosales en 1987, agregó que estuvo secuestrado en el buque durante 21 días y que se lo retiró una vez para declarar en el Puesto 1. Su próximo destino fue el Batallón 181 de Bahía Blanca al que fue trasladado en un camión en el que se encontraba, entre otras víctimas, su hermano Hugo Mario.
Ya en el Batallón, se les retiró la capucha por lo cual pudieron ver a los guardias y se los llevó a un sector en donde había otros secuestrados alojados con anterioridad. Según declaró se trataba de trabajadores del sector gremial de Bahía Blanca.
Finalmente, Giorno y el resto son ubicados en el piso superior del gimnasio del batallón en donde se habían dispuesto camas para que queden allí: “Ahí era donde practicaba la banda del regimiento”. En ese sector, Giorno permaneció 42 días.
Según afirmó, una sola vez fue interrogado por un señor grandote que se hacía llamar “Perico” quien le leyó las acusaciones que hacía la Armada y Giorno tenía que contestar.
Consultado de si había escuchado hablar de un centro de detención cercano, Giorno respondió que se decía que ahí se estaba bien (por el gimnasio) pero que había otros lugares donde la gente era tratada violentamente.
El 26 de mayo de 1976, Giorno y las mismas personas que junto a él fueron sacadas del buque, sufren un nuevo traslado, esta vez a la cárcel de Villa Floresta.
En el penal, son alojados en el pabellón de presos políticos y es ahí cuando Giorno certifica la existencia de otro centro clandestino, “La Escuelita”, debido a que ve a otros detenidos que habían llegado previamente y se encontraban muy deteriorados físicamente. Se trataba de Benamo y, cree, Mario Medina. Por la poca movilidad que Benamo tenía en sus brazos, dijo Giorno, daba la sensación de haber sido estaqueado o estado con sus brazos estirados.
Si bien en la cárcel estaban “bien”, una mañana se produce una requisa del Ejército y todos los presos son puestos cuerpo a tierra y pisoteados por el personal militar. Prácticamente en la requisa destrozaban el calabozo. Señaló Giorno que los propios agentes penitenciarios se disculpaban con los presos diciendo que ellos no tenían nada que ver.
Entre fines de noviembre y principios de diciembre, Giorno es llevado al aeropuerto junto a otros secuestrados, también estaba su hermano, para ser conducidos a la Unidad 9 de La Plata.
Según narró, en el aeropuerto fueron salvajemente recibidos, aparentemente por miembros del Servicio Penitenciario Federal que era el ejecutor del traslado. Además agregó que hasta que el avión aterrizó a todos le propinaron una feroz golpiza, “nunca recibí una paliza semejante en mi vida”.
En la cárcel platense, los reciben con un impresionante chorro de manguera: “Dicen que era para que no se nos noten tanto las marcas”.
Entre otros detalles de su declaración, Giorno dio referencias sobre centros clandestinos de detención. Al respecto mencionó el Buque 9 de Julio, la posibilidad de que haya existido un centro en la zona de Baterías, al ingreso a la Base y a “La Escuelita”.
 “Una vez me permitieron conocer a mi hijo”, declaró Giorno. Se trataba de su segundo hijo quien nació mientras él permanecía secuestrado.

Autor: Redacción EcoDias


La masacre de calle Catriel

La última testigo de la mañana del martes 23 de agosto fue Susana Matzkin y con ella comenzó el juzgamiento de lo que se denominó “La Masacre de calle Catriel”, los hechos del 4 de septiembre de 1976 y los asesinatos de su hermana Zulma, a Juan Carlos Castillo, Pablo Fornasari y Mario Manuel Tarchitzky.

En su declaración, Susana Matzkin hizo una reseña de cómo su familia sufrió hostigamientos y allanamientos a partir del año `73 en la localidad de Pehuajó, intensificándose éstos en 1975.
Su hermana Zulma, quien fuera militante de la Juventud Universitaria Peronista y a través de ésta trabajaba en el barrio 17 de Agosto, arribó a Bahía Blanca en 1968 terminando la secundaria en la Escuela Normal e iniciando la carrera de Economía en la UNS.
El 19 de julio de 1976, un día después de festejar su aniversario de casamiento con Alejandro Mónaco, quien luego desapareció, Zulma cumplía su horario corrido de trabajo en la multinacional SIKA. Allí habló por teléfono con su suegra, que como todos los días la había llamado para saber qué quería comer. Fue su cuñado quien luego le llevó la comida, pero se encontró con la preocupante sorpresa de que la oficina estaba cerrada. Por la tarde, el gerente de la firma encuentra un papel con la letra de Zulma que decía que se retiraba porque estaba descompuesta. El gerente da aviso a la familia y es allí, dijo Susana, que se dan cuenta que a Zulma la habían secuestrado.
De esta manera comienza un largo peregrinar por parte del padre de Susana y Zulma, Francisco Matzkin, quien intentó hacer la denuncia de la desaparición, pero no le era recepcionada. Finalmente, le aceptan una denuncia por averiguación de paradero, en la cual la declaración de Francisco fue falseada por la policía. Entre otras cuestiones, la policía había hecho hincapié en que Zulma era de religión israelita.
Además de contar cómo un camión del Ejército se llevó las pertenencias de Zulma y su marido de la casa que compartían, que también fue dañada, Susana Matzkin relató que ante la falta de respuestas decidieron consultar al médico de la familia que trabajaba en el Batallón 181 y quien quedó en avisar en caso de tener noticias.
Finalmente el 21 de septiembre, Susana se entera que el cuerpo de su hermana estaba en la morgue del Hospital Municipal. Allí, Francisco Matzkin reconoce los cuerpos de Zulma y Mario Manuel Tarchitzky, comenzando un nuevo peregrinar, esta vez para poder retirar el cuerpo de su hija. En la Policía Federal le preguntan sobre la religión de Zulma y le dan un papel en el que decía “israelita”.
Zulma Matzkin, declaró Susana, estuvo secuestrada en “La Escuelita” en donde varias personas la vieron con vida. Entre ellas mencionó a tres chicas que declararon en el Juicio por la Verdad e incluso una fue obligada, por alguien apodado “El zorzal”, a un careo con Zulma.
Susana agregó que a su hermana en “La Escuelita” la apodaban “turquita” burlándose del origen de su apellido. También señaló que los doctores Hipólito Solari Yrigoyen y Mario Abel Amaya compartieron cautiverio con Zulma.
Susana también habló sobre el horror posterior que siguió viviendo su familia, el asesinato de su cuñado Alejandro quien había desaparecido luego de que Zulma fue asesinada, y de las secuelas que dejó la tragedia vivida. Consultada sobre los motivos de tanta persecución, Susana manifestó que porque eran militantes de la JP y se los perseguía por su compromiso social y su decisión de cambios, pero además por “el apellido que yo porto”, en relación al origen del mismo.

La mentira del enfrentamiento
Ese mismo martes, pero por la tarde prestó declaración Juan Oscar Gatica.
Gatica era militante peronista y fue por esa razón que conoció a Pablo Fornasari y Juan Carlos Castillo, víctimas de “La masacre de calle Catriel”. Al ocurrir los hechos, formaban parte del Partido Peronista Auténtico.
En el mes de junio de 1976, Castillo manejaba una camioneta acompañado de Fornasari y Gatica en la cual se dirigían a Bahía Blanca. En un sector próximo a la ciudad tuvieron que parar debido a un control del Ejército y un suboficial los demoró debido a que Castillo figuraba en una lista de nombres que el efectivo traía consigo. Luego llegó un militar que los aparta de otras personas demoradas y comienza a interrogarlos a los gritos. Se trataba del capitán Otero, a quien Fornasari conocía del servicio militar.
Finalmente, los tres militantes son detenidos y trasladados a un calabozo con tres celdas ubicado en el V Cuerpo de Ejército. Cada uno quedó con los brazos en alto, custodiado por un militar y un perro: “A cada movimiento que uno hacía para estirar los brazos, se venían los perros encima”.
Momentos después, en la jefatura, Otero vuelve a interrogarlos sobre qué hacían ahí y hacia dónde se dirigían para volver a ser llevados a las celdas, esta vez sin la custodia antes mencionada.
 “Era un viernes”, dijo Gatica quien declaró que al otro día les dieron mate cocido con pan y se llevaron los colchones y frazadas que les habían dado. Entre las 8 y 8.30 de la mañana, varios militares ingresaron preguntando por Castillo a quien finalmente esposaron, le vendaron los ojos y se lo llevaron: “A Castillo no lo vi nunca más”.
Los dos militantes que quedaron siguieron recibiendo el mismo trato hasta que el día domingo los meten en otras celdas donde había más personas, con las que pudieron hacer contacto e incluso dejarles mensajes para sus familias. Luego, Gatica y Fornasari volvieron a sus celdas originales.
Un día después el capitán Otero los interroga nuevamente: “Me llamó la atención que había un fotógrafo que nos sacó fotos pero también preguntaba, interrogaba”.
Allí se les prometió la liberación luego de firmar que no habían sido maltratados. Sin embargo, pasada una semana, Fornasari y Gatica seguían igual. En ese periodo enviaron cartas a sus familiares a través de un soldado y pensaban en dos opciones: la liberación definitiva o la liberación seguida de muerte: “Estábamos casi convencidos de que íbamos a salir”.
Detalló Gatica que en una oportunidad les metieron en la celda a un soldado que estaba borracho, que dijo que trabajaba en un horno de ladrillos del V Cuerpo y que cerca de ahí había gente presa.
Finalmente, llegó el viernes y Pablo Fornasari vivió la misma situación que Castillo. Según Gatica se lo llevaron con mucha violencia ya que se resistía: “A mí me despertaron y me pidieron un cigarro para Fornasari, y no lo vi más”.
El sábado fue el turno de Gatica. Lo vendaron y lo llevaron a un lugar donde fue golpeado, torturado e interrogado con preguntas tan absurdas como “¿cuándo lo van a matar a Videla? o “¿dónde está López Rega?”.
A diferencia de sus compañeros, a Gatica lo devuelven a su celda a la cual esa tarde entró una persona que él ya había visto juntando basura en el cuartel y que usaba una gorra vasca de cuero. Esa persona se quedó junto a otra y Gatica dentro de la celda hasta que finalmente lo sacan, lo vendan y lo trasladan a otro interrogatorio.
Ya encerrado de nuevo, Gatica reconoce a monseñor Ogñenovich e intentó recibir de éste, a través de un soldado, algún tipo de ayuda pero fue en vano.
Días después, en la jefatura Otero le repite que lo van a liberar. Gatica firma una planilla pero no dijo ni preguntó nada. Según comentó, también estaba el fotógrafo que siempre preguntaba. Luego de una noche más en la celda, Gatica fue liberado.
Gatica se fue hasta el centro en colectivo, y de ahí fue y vino varias veces a la estación de trenes para despistar en caso de que lo siguieran. Después, pudo ingresar a su casa por el fondo, vio una de sus cartas bajo la puerta, tomo una bicicleta y se fue.
En su declaración, Gatica señala que se entera por la radio y los diarios que Fornasari y Castillo habían muerto por enfrentamiento con las fuerzas públicas: “Yo tengo que decir que ellos fueron presos, llevados para otros lugares de detención en distintos momentos, puedo garantizar que fue un enfrentamiento fraguado. Las otras dos personas que murieron con ellos no las conocía”.
La historia de Gatica no termina allí. Ya en La Plata su esposa es secuestrada y dos de sus hijos fueron apropiados. Recién ocho años después Gatica y su mujer, junto a Abuelas de Plaza de Mayo, logran recuperar a sus hijos. Es el único caso del país en que los papás de chicos apropiados por represores, permanecieron con vida.

 

Autor: Redacción EcoDias

www.juiciobahiablanca.wordpress.com

“Me voy de acá con una sonrisa”

Publicado el 31/08/2011por coberturacomision

Juan Carlos Castillo, abandonó sus estudios en Ingeniería en Petróleo en la Universidad del Comahue y vino a Bahía Blanca a fines de 1974, donde conoció a Ericilia Ángela Kooistra -aún desaparecida-  con quien tuvo una hija.

Esa hija declaró ayer en el juicio por crímenes de lesa humanidad contra 17 represores que actuaron desde el Comando V Cuerpo de Ejército.

Esa hija, que se llama María Elisa, le contó al tribunal que según el relato que pudo construir, sus padres “se conocieron a finales de 1974 o 1975, se pusieron de novios, se enamoraron. Mi mamá tenía un embarazo de 6 meses cuando secuestran a mi papá en junio del 1976. Mi mamá se va de Bahía Blanca a Mar del Plata. Nací el 5 de septiembre del `76 y el 4 es el día que matan a mi papá en calle Catriel”. 

Castillo fue detenido por una  patrulla militar que aparentaba un control vehicular en la ruta 22 a la altura de Médanos. Circulaba en su camioneta, acompañado por Pablo Fornasari y Oscar Gatica. Juntos fueron trasladados a dependencias del Batallón de Comunicaciones 181. Posteriormente, fue llevado a “La Escuelita”, donde estuvo detenido alrededor de tres meses.

Entre las últimas horas del 4 de septiembre de 1976 y las primeras del 5 de septiembre, en el domicilio de Catriel 321 de Bahía Blanca, personal del V Cuerpo de Ejército -entre los que se encontraban los integrantes de la “Agrupación Tropas”- bajo la apariencia de un enfrentamiento, fusilaron a cuatro personas. Además de Castillo, Zulma Matzkin, Pablo Fornasari y Manuel Tarchitzky.

“Yo viví en Mar del Plata con mi mamá hasta el año y dos meses. Mi mamá trabajaba como mucama cama dentro,  y un domingo, en su día libre, salimos a pasear. Unas personas – no estoy segura si eran civiles o militares- la detienen y a mí me dejan, a pedido de ella, en el lugar donde trabajaba. Desde ahí se contactan con mi abuela materna. Desde ese día no sabemos nada más. Al día siguiente mi abuela materna y mi tío me fueron a buscar y quedé al cuidado de mi abuela”, declaró María Elisa.

Contó que esperó muchos años a su mamá y que le fue muy difícil traer a su papá nuevamente a su vida pero asumió el reto porque “nadie se puede criar sin un papá, ¿no?”.

La reconstrucción de su historia

“Me enteré a los 12 años que lo habían matado. Fue difícil pero a la vez entendí un poco más. (…) Cuando cumplí 15 años los amigos y compañeros de militancia de Neuquén de mi papá me ayudaron a reconstruir la historia”.

Insistió en la dureza del camino pero “realmente fue positivo y me lleva a estar acá. Lentamente recuperar la historia, saber quién soy, no sentirme diferente o distinta, apartada, eso fue algo que tuve muy presente, sentía que me costaba encajar, no entendía por qué a mí no me iban a buscar mis padres a la escuela, porqué no me iba de vacaciones con mi mamá y mi papá… la vida ha sido otra después del asesinato de mis papás… soy otra persona”.

De chica su familia prefirió contarle que Juan Carlos había fallecido en un accidente de tránsito. “Es bastante común que esto suceda. Esto se hacía por seguridad y para protegerme. En algún punto generaba el daño de borrar las figuras”.

Preguntada por el fiscal agregó que nunca había creído la historia del accidente y un día escuchó a su abuela hablar con una amiga. “No fue por un relato directo” pero “fue un alivio saber que había pasado”.

María Elisa se crió solamente con su familia materna. “Estas cosas tienen un impacto muy grande”, dijo y comentó que esa familia entera fue víctima de la dictadura, fueron años donde no se podía hablar y la imposibilidad de saber quién era le quitaba las ganas de vivir.

Por otra parte, el terrorismo de Estado también se cobró la vida de sus tíos. La hermana de su papá y su esposo fueron asesinados en Buenos Aires unos meses después de la Masacre de calle Catriel. Su tía Ana María era asistente social, tenía uno hijo de 6 meses que, según su testimonio, “no tuvo la suerte que tuve yo de poder hacer este camino de reconstruir la identidad”.

María Elisa, hija de Juan Carlos Castillo

María Elisa acercó el documento al tribunal y allí llamó la atención el hecho de que su nombre esté acompañado por el apellido de su madre Ericilia Ángela Kooistra. El motivo es sencillo, su padre fue asesinado cuando ella aun no había nacido y la anotaron de esa manera.

Lo que no fue tan sencillo fue el trámite para asumir su identidad completa. “Fue un momento duro, tuve que hacer una demanda a mi tío paterno para que se hagan los análisis. Ahí se puede ver el daño hacia las víctimas. (…) El apellido de mi papá lo tengo incorporado desde siempre a raíz de la relación con sus amigos”.

“Cuando decido querer ser ante la sociedad hija de Juan Carlos Castillo comienzo un largo y difícil camino para poder comprobarlo. Para realizar los estudios tuve que exhumar los restos de mi abuela paterna que dieron positivos”, relató.

Este capítulo de su historia lo empezó a transitar a sus 22 años y lo terminó al llegar a los 30.

Consultada por el fiscal Córdoba sobre si se había preguntado acerca de los responsables del crimen de su padre, María Elisa relató hasta quebrarse: “Hace mucho tiempo que estoy vinculada a HIJOS, y me hice siempre la pregunta ¿cuántas veces me los habré cruzado por la calle?”.

El juez Jorge Ferro quiso saber qué le habían contado acerca de sus padres y ella respondió que “eran excelentes personas, con respecto a la militancia de mi papá tuve información cuando aparecieron sus compañeros. Yo tenía 15 años. Mi papá era una persona muy comprometida. Recuperé cartas de él cuando estaba en la universidad. Son cartas donde puede verse su compromiso e intereses y convicciones. Los compañeros de mi papá dicen que ellos están vivos porque él no habló en la tortura”.

“A pesar del dolor y de los nervios, es un momento muy bueno y único. Que me hace bien al corazón y me da paz. Qué reparador e inolvidable. Me voy de acá con una sonrisa”, dijo María Elisa Castillo antes de salir del recinto.

Acerca de coberturacomision

La Comisión de Apoyo a los Juicios es un espacio conformado por familiares de víctimas del terrorismo de Estado, querellantes en las causas por crímenes de lesa humanidad; organismo de derechos humanos; sindicatos; centros de estudiantes; organizaciones sociales; partidos políticos, entre otros. Su objetivo es el apoyo y la difusión de los juicios por crímenes de lesa humanidad cometidos desde el Comando V Cuerpo de Ejército, de la Armada Argentina durante la dictadura cívico militar y anteriormente por la Triple A en Bahía Blanca y la región.