A 100 años de la semana trágica recordamos una de las huelgas generales que marcaron la historia del movimiento obrero de nuestro país, tanto por la masiva respuesta de los trabajadores a la convocatoria, el triunfo de los reclamos; como por la feroz represión desatada por el gobierno radical de Hipólito Yrigoyen, avalada desde el parlamento e instrumentada por el ejército, la policía y fuerzas de choque civiles, formadas por jóvenes de buenas familias y matones a sueldo.
Todo comenzó el 2 de diciembre de 1918 en los Talleres Metalúrgicos Vasena, cuyo paquete accionario estaba constituido mayoritariamente por capitales británicos de Carlos Lockwood y A. G. Prudam sumados al porcentaje minoritario del empresario argentino Pedro Vasena. Los obreros pedían la reducción del horario de trabajo de once a ocho horas diarias; vigencia del descanso dominical; aumento de jornales que habían perdido el 50% del poder adquisitivo y la reincorporación de los delegados despedidos durante el transcurso del extenso conflicto.
El 7 de enero de 1919, las y los huelguistas junto a sus familias, iniciaron una marcha por las calles de Buenos Aires entre la sede de la empresa y los talleres. En el interín se encontraron por los rompehuelgas o “crumiros”, contratados temporalmente por Vasena para no interrumpir la producción, que estaban protegidos por el ejército, se desarrolla una batalla sin cuartel que dejará ese día cuatro muertos, uno a sablazos y más de treinta heridos. La Sociedad de Resistencia Metalúrgica declaró la Huelga General.
Se paralizó la Capital, mientras grupos de civiles armados que respondían a sectores dominantes, colaboraron en las calles con el accionar policial, avalados por el abogado de la empresa Leopoldo Melo, referente del Partido Radical, que había logrado la autorización del Ministerio del Interior que se permitiera tener matones a sueldo dentro de la empresa para proteger a los rompehuelga.
Las dos FORA, se adhirieron al paro, que se inició el 9 de enero de 1919. El cortejo fúnebre convocado para acompañar a los caídos, fue multitudinario, según la prensa de la época superó las 200.000 personas. En el cementerio de la Chacarita, las fuerzas policiales atacaron arteramente al pueblo. A partir de allí, se incrementaron las luchas callejeras y la represión fue brutal, como la persecución que incluyó fusilamientos callejeros.
La policía actuó bajo las órdenes de Elpidio González, figura prominente del partido gobernante. Por su parte, Yrigoyen ordenó la intervención del ejército a cargo del General Luis D Dellapiane como comandante militar, quien ordenó el avance de los regimientos y declaró ante la prensa que daría un escarmiento a los obreros y quienes se solidarizaran con ellos, que se recordaría por cincuenta años.
La huelga se extendió a Rosario, Santa Fe, Mar del Plata, Bahía Blanca, pueblos hacia el noroeste de la provincia de Buenos Aires. La capital quedó aislada por el paro de los transportistas. Crecía el poder de las llamadas guardias blancas, en realidad los comandos civiles autoproclamados “Amigos del Orden” y conocidos después como la Liga Patriótica Argentina, que se formaron por afiliados radicales, militares, representantes de la burguesía y de la Iglesia Católica. Estos grupos parapoliciales multiplicaron los asesinatos y la destrucción de sedes sindicales, periódicos y bibliotecas populares e imprentas.
El 10 de enero las bandas organizadas de los Defensores del Orden, una vez que terminaron su tarea en los sectores obreros, incursionan en los barrios ricos en población judía, donde golpearon, destruyeron y saquearon sin medida, imponiendo la marca del antisemitismo nacionalista. Mientras tanto, los crumiros y rompehuelgas de la Asociación del Trabajo, dirigida por Joaquín de Anchorena, tomaban represalias contra los locales sindicales y sus dirigentes. El gobierno se vio obligado a buscar una salida. Convocó a Vasena y a las centrales obreras.
El 11 de enero, se firmó un acuerdo con la FORA IX en el que se acordó la libertad de los más de dos mil presos, un aumento salarial por categorías de entre un 20 y un 40%, jornada laboral de nueve horas y la reincorporación de todos los huelguistas despedidos. Esta central obrera junto con el Partido Socialista, consideraron el acuerdo como un triunfo.
Sin embargo, en las asambleas de la FORA, predomina la convicción de continuar la lucha hasta lograr justicia por lo que consideraban crímenes de estado, que dejaron un saldo superior a los mil quinientos muertos, cinco mil heridos y sesenta mil detenidos. Nuevamente debieron reunirse el gobierno, esta vez llevando como vocero al propio Dellapiane y se logró el fin del conflicto el 14 de enero.
No hubo sanciones para el ejército, ni la policía, mucho menos para los Defensores del Orden, que el 19 de enero, orgullosos de su impunidad, constituyeron la Liga Patriótica Argentina, con la presidencia del abogado ultracatólico Manuel Carlés, acompañaron por reconcidos “hombres de bien” como Joaquín S. De Anchorena, Monseñor Miguel De Andrea, el Vicealmirante Manuel Domecq García, el General Eduardo Munilla, los dirigentes radicales Carlos M. Noel, Vicente Gallo, Leopoldo Melo, el director de La Nación, Jorge A. Mitre, el director de La Prensa Ezequiel Paz, el director de La Razón, José Cortejarena, los estancieros Celedonio Pereda, Saturnino Unzué y Antonio Lanusse, Dardo Rocha, Federico Leloir, Francisco P. Moreno, Estanislao Zevallos, Pastor Obligado y Miguel Martínez de Hoz.
Así como fue un triunfo de la clase obrera, la Semana Trágica, también permitió la consolidación de una “casta” de jóvenes de buenas familias, que marcaron la identidad de la derecha argentina. En su proclama fundacional, se consolida una forma de entender el mundo: “Contra los indiferentes, los anormales, los envidiosos y haraganes; contra los inmorales, los agitadores sin oficio y los energúmenos sin ideas. Contra toda esa runfla sin Dios, Patria, ni Ley, la Liga Patriótica Argentina levanta su lábaro de Patria y Orden… No pertenecen a la Liga los cobardes y los tristes.”
En este grupo se alimentó al huevo de la serpiente, del modelo represivo que extendió sus tentáculos hacia el sur y colaboró en los asesinatos de la “Patagonia Trágica”, de “la Forestal”, protagonizó la asonada de 1930, los bombardeos del ´55, los fusilamientos del ´56, las persecuciones en los años ´60 y logró su máximo horror en la dictadura genocida iniciada el 24 de marzo de 1976. Muchos de sus descendientes ocuparon ministerios en cada dictadura y gobierno de derecha que actuó en nuestro país y pueden encontrarse parte de esa prosapia funcionarios y legislativos actuales como Marcos Peña, Federico Pinedo, Patricia Bullrich Luro Pueyrredon o Esteban Bullrich Zorraquín Ocampo Alvear, por nombrar algunos.
No es casualidad entonces, que la clase trabajadora, deba luchar en la actualidad contra la imposición de medidas antiobreras como la reforma laboral y previsional, firmada por Mauricio Macri y escrita por el FMI. Declararse en alerta por el avance de las políticas represivas, luego de la legitimación por decreto de la Ley de Gatillo Fácil y denunciar permanentemente a un poder Judicial, cooptado que mantiene presxs políticxs y cientos de sumariados por el solo hecho de reclamar por los derechos del pueblo.
Dependerá de la capacidad del pueblo de mantener viva la memoria de nuestra historia de resistencias y de la fortaleza en la organización de la unidad del conjunto de sectores sindicales, sociales y políticos, poder cortar el círculo de una vez y para siempre. Tal vez sea el tiempo del pueblo de darse una nueva oportunidad como escribió Rodolfo Walsh, luego de los sucesos del Cordobazo, en mayo del ´69 “ En medio de esa lucha por la justicia, la libertad y el imperio de la voluntad del pueblo, sepamos unirnos para construir una sociedad más justa, donde el hombre no sea lobo del hombre, sino su hermano”.
Roca – Fiske Menuco, 7 de enero de 2019.
María Inés Hernández, Secretaria de Prensa, Comunicación y Cultura
Benjamín Catalán, Secretario Gremial y de Organización
Marcelo Nervi, Secretario Adjunto
Patricia Cetera, Secretaria General