Sin lugar a dudas, la escuela sigue siendo el espacio donde conviven todos los tiempos históricos. Se van resignificando cada día, atravesados por los contextos sociopolíticos, responden o cuestionan a los paradigmas educativos. Por ello, a medida que pasa el tiempo, se van configurando los relatos del pasado, acorde a la realidad del presente para pensar futuros posibles.
Esta característica se refleja con claridad en las fechas patrias. Durante años el relato mitrista fue delineando la mirada sobre lxs protagonistas de la construcción de nuestro estado nación. Héroes colmados de bronce, casi perfectos, acompañados de mujeres delicadas que protegían su hogar, mientras ellos defendían la patria. El revisionismo nos permitió reencontrarnos con estos hombres y mujeres de carne y hueso, con sus dudas, temores y decisiones tomadas al fragor de luchas internas y externas donde no había demasiado lugar para elegancias.
Dos de estos hombres son Martín Miguel de Güemes y Manuel Belgrano, cuyas fechas de partida de este mundo marcan dos feriados que permiten un feriado XXL, celebrado por la industria turística y lxs trabajadorxs. La memoria histórica cooptada por el sistema, hace que se pierda de vista la razón de estos días no laborables, que es homenajear a dos personas que fueron fundamentales para nuestra historia, que se caracterizaron por defender al pueblo y luchar contra las elites que pulsaban por obtener poder y ganancias a costa del sufrimiento de los sectores populares que daban la vida en la lucha por la independencia.
Acorde a la época, nacieron con destinos prefijados: Güemes por tradición estaba destinado a ser parte de la elite armada; Belgrano a las leyes, la economía y los salones. Ambos estudiaron en el Colegio de San Carlos. A medida que daban sus primeros pasos en sus respectivas carreras, también se iban dando los sucesos que desencadenaron la Revolución de Mayo. Al fragor de la lucha por la independencia, el soldado y el abogado confluyeron combatiendo en distintos territorios pero del mismo lado. Cuando ambos firmaron su alianza en favor del fuero gaucho que liberaba al trabajador rural de las demandas de sus patrones, se ganaron los mismos enemigos entre la aristocracia de Salta, Jujuy y Tucumán que no dudó en traicionarlos a la primera de cambio.
Martín Miguel de Güemes nació en Salta el 8 de febrero de 1875. De familia con buen pasar económico, ingresó al ejército y viajó a Buenos Aires para continuar su carrera. Las Invasiones Inglesas lo encontraron bajo las órdenes de Santiago de Liniers. Fue protagonista de un hecho insólito como fue tomar un barco Inglés con su carga de caballería. Primera demostración de su capacidad para la estrategia bélica, basada en el factor sorpresa, que luego desarrolló ampliamente en la resistencia contra los españoles. Luchó en el Alto Perú. En 1815 regresó a su provincia, fue electo gobernador y con su ejército de gauchos conocidos como “Los infernales” desplegaron una guerra de guerrillas en la frontera norte, que impidió el ingreso de los realistas.
Su coraje fue reconocido por San Martín y Belgrano, con quien lo unió una profunda amistad. Durante seis años, la frontera Norte fue una muralla para los realistas. Los infernales frenaban las avanzadas del enemigo, auxiliaban al ejército del Norte y permitían el despliegue de San Martín preparando el Paso de los Andes. Sin embargo, en plena lucha por la Independencia, ya existía la grieta entre los defensores de las elites que defendían sus privilegios y los que creían que los sectores populares tenían derechos y no eran solo carne de cañón para que la patria naciente cambiara de amo.
Las divisiones internas, la mirada desconfiada de Buenos Aires, los resquemores de la aristocracia salteña contra Güemes y sus gauchos que ya no querían ser peones esclavizados y mal pagos, terminaron siendo funcionales al enemigo. Los colaboracionistas permitieron el ingreso de los realistas a Salta, el 7de junio de 1821. Ese mismo día, en una encerrona Güemes fue herido y murió el 17. Durante muchos años, su historia y su lucha solo fue parte del imaginario popular, porque no era lo políticamente correcto para ser parte de los manuales.
Manuel Belgrano, en apariencia, tuvo mejor suerte. Recordado como creador de la bandera, uno de nuestros símbolos identitarios, relegó una vida acomodada por los campos de batalla, nació rico, murió pobre, solo y honesto. Ese recorte, tan acotado de su obra monumental, lo despoja de su capacidad política, de su lucidez para la economía como herramienta para la liberación y de su vocación por la ampliación de derechos de los excluidxs.
Belgrano nació en Buenos Aires el 3 de junio de 1770. Su familia destinó todos sus recursos para enviarlo a España para que estudiara abogacía. En Europa, la Revolución Francesa abría puertas, ponía en tensión todo y el joven Manuel se empapó de las nuevas ideas. Volvió recibido, con un cargo en el Consulado Español. Pero en vez de trabajar para el Imperio, se dedicó a fomentar la industria, mejorar la manufactura, impulsar la educación en oficios, para ello creó escuelas de dibujo técnico, náutica y matemáticas. También tuvo en cuenta la educación de las niñas, en tiempos donde se las relegaba a los espacios privados.
Partícipe activo de la Revolución de Mayo, fue comisionado a la Mesopotamia. Allí conoció la dura realidad de las comunidades originarias. En diciembre de 1810 redactó el “Reglamento Para el Régimen Político y Administrativo y Reforma de los 30 Pueblos de las Misiones” con el objetivo de garantizar su libertad jurídica, económica y política. Reconocía su cultura, el bilingüismo, la propiedad de los territorios ancestrales, entre otros derechos.
Fue el primero en proponer una Reforma Agraria. En 1813 escribió: “Se han elevado entre los hombres dos clases muy distintas; la una dispone de los frutos de la tierra, la otra es llamada solamente a ayudar por su trabajo la reproducción anual de estos frutos y riquezas o a desplegar su industria para ofrecer a los propietarios comodidades y objetos de lujo en cambio de lo que les sobra. El imperio de la propiedad es el que reduce a la mayor parte de los hombres a lo más estrechamente necesario“. Casi cuatro décadas antes que el Manifiesto Comunista cuestionara la propiedad privada y los privilegios de clase.
Este hombre de leyes se hizo militar para defender la revolución naciente. Luchó más con la necedad porteña, que retaceaba suministros a la defensa del Ejercito del Norte, más ocupados en tratar de frenar a Artigas, caudillo molesto para la oligarquía, otro innombrable que osó dictar una constitución para la Banda Oriental priorizando derechos para gauchos, mujeres e indixs. Con poco y nada, Belgrano sostuvo a su ejército; en coincidencia con Güemes, priorizaba al gauchaje, entendiendo que era ese pueblo el protagonista de la liberación. La epopeya que fue el éxodo Jujeño refleja la capacidad que tuvo para crear conciencia entre los sectores populares.
Fue el único militar que reconoció y honró a las mujeres que lucharon a su lado. Se calcula que participaron de su ejército alrededor de ciento veinte. Belgrano nombró Capitanas a tres: Juana Azurduy, María Remedios del Valle y Martina Silva de Gurruchaga. Creó ocho banderas, pensando cada una como símbolo de la lucha por la independencia, incluyendo la posibilidad de un Monarca Inca como una estrategia de evitar el regreso de monarquías absolutistas, lograr la liberación de todo el continente y la unificación del territorio. Coincidía con San Martín y Güemes en este punto, porque la idea de la “Patria Grande” no era un delirio, sino un proyecto político concreto.
Evidentemente el ideario de Belgrano tampoco era políticamente correcto, para la historia del bronce que necesita de hombres poderosos y omnipotentes. Hablar de democratizar la propiedad de la tierra, la educación, la justicia, el reconocimiento de las culturas originarias, es poner en marcha sueños colectivos. Demasiado revolucionario para la mente conservadora de los cultores de privilegios de ayer y de hoy. Por eso lo traicionaron, le negaron todo y lo condenaron al ostracismo. Demasiado humanismo para una sociedad exitista.
Recuperar estos ideales, traerlos al presente, reflexionar sobre las causas y consecuencias de estos “olvidos” de la historia oficial, encender la llama de la curiosidad por conocer el verdadero rostro, el pensamiento político de nuestrxs hombres y mujeres que pusieron a disposición de la revolución sus saberes, sus cuerpos y sus vidas en pos de construir un país libre y soberano es el desafío cotidiano que tenemos como educadorxs.
Limpiarles el bronce, sacarlxs de las glosas obligadas de los actos formales, trasladar sus acciones al cotidiano escolar es la mejor forma de honrarles. Entendiendo que actuaron siempre desde el amor por su pueblo y que los cultores del odio fueron sus verdaderos enemigos. Retomar sus banderas, para enseñar y aprender que vivimos en un gran país, construido colectivamente, en el que las clases populares han sido capaces de resistir a la opresión y el olvido, sin cultivar la sed de venganza, sino la búsqueda de justicia.
General Roca-Fiske Menuco, 20 de junio de 2023.
María Inés “Lua” Hernández, Secretaria de Derechos Humanos, Género e Igualdad de Oportunidades
Pablo Holzmann, Secretario de Prensa, Comunicación y Cultura
María Castañeda, Secretaria Gremial y de Organización
Gustavo Cifuentes, Secretario Adjunto
Silvana Inostroza, Secretaria General