Cómo evocarte sino desde tus propias palabras en esta tarde soleada de domingo, profeta de un país agrisado de tanto eclipse y funeral. Te recuerdo en el último encuentro en la Feria del Libro de Buenos Aires plantando tus poemas entre la multitud absorta, dando saltitos de tero a orillas del bañado, estrenando la democracia recién llegada como la paz del alba. El abrazo generoso y apretado hasta las lágrimas. No podíamos parar los fogonazos contundentes de la memoria: era Madrid, el pinar de la Elipa y ahí abajo, a tiro de honda, viviendo yo mi soledad de exiliado sin encontrarnos nunca. Sin saber que estabas tan cerca pisando la otra punta de la misma soledad. El tiempo se cansó de zarandear arena en su clepsidra, y el centinela azar, cuando lo vio dormido, canceló los nunca y te trajo hasta mi mesa. Te arrimaste al vino del hogar y encendiste las palabras. Dos noches enteras, con sus fatigados días, hilvanando poemas de entrecasa.